Eran días de verano en el pueblo de “El perdón”, un lugar no muy alejado de la capital mexicana, en donde, las familias eran escasas y bien conocidas entre todos.
Una de esas pocas, era la familia de los Gutiérrez, conformada por Don Timoteo y Matilde.
Esta pareja, se había casado desde muy temprana edad, pero por nada más que amor. La mayoría de la gente al principio creyó que Matilde estaba embarazada, pero a pesar de que era lo que ella más anhelaba nunca se le había concedido el engendrar su propia familia.
Pasaban los años, y muy a pesar de la edad tan corta en la que habían contraído matrimonio, parecía como si los años pasaran con las horas a veces como pocos minutos. La pareja envejecía y cada vez más perdían la esperanza de tener su propio hijo.
Don Timoteo, no se quejaba, no lloraba, es mas, era muy raro cuando mencionaba algo del tema, por lo regular permanecía en silencio, pero era de esos silencios que dicen mas que mil palabras, en los que las lagrimas invisibles ruedan por las mejillas y parecen estar mas saladas que nunca, silencios que demuestran un dolor extremo que no es bueno expresar nunca.
Por otro lado, Matilde, lloraba todas las noches, intentaba cualquier cosa tan solo por una esperanza más.
Caminaba descalza e incluso de rodillas hasta el altar de la virgencita del perdón, ahí en el pueblo, esperaba todas la noches una estrella fugaz a la cual pedirle un deseo, iba con la bruja de la región, y obligaba a Don Timoteo a intentarlo todas, todas, las noches,
La gente comenzaba a juzgarlos e inventar rumores tratando de explicar su infertilidad.
Llegaron a decir que Matilde era un engendro del demonio a la que se le había castigado sin un solo hijo, vagando por su perdón en ese pueblo mortal.
Matilde, no aguantaba mas, a veces soñaba que robaba algún bebe de un pueblo vecino, o hasta llegaba a creer lo que decían de su condena demoníaca.
Y entre tanta desesperación, enloqueció a gritos, pidiendo a quien la escuchara que le otorgara ese placer, no importaba como fuera el niño, solo quería uno.
Esa noche, todos escucharon sus gritos y lamentos y empezaron a temer de ella.
Pasaron tres meses y por alguna extraña razón su vientre crecía más y más.
A los 5 meses descubrió que por fin estaba embarazada, lloraba de emoción, permanecía todo el día acostada para no tener complicaciones y hacia que cualquiera que cruzara por su puerta cumpliera sus caprichos.
Al final, después de 4 meses más y cansadas labores de parto dieron a luz a una hermosa bebita, morena como el barro de modelar y ojos enormes como dos soles, estaba llena de vida.
Su nombre: Juana, la milagrosa.
Don Timoteo, se paraba las tardes enteras, contemplando a su mujer, el hombre expresaba una mirada de desorientación y confusión.
La mujer en cambio, pasaba los días, tardes y noches, arrullando a la pequeña, Matilde estaba muy agradecida, sobre todo por el hecho de saber que la pequeña Juana, no lloraba nunca, y hasta la dejaba dormir toda la noche sin pedir comida.
Una noche, mientras, la mujer cantaba cuna a su nena, tuvo un descuido el cual llevo a golpearle la cabeza a Juana, la cual se desprendió del cuello y rodó por toda la habitación.
Matilde, había enfermado de verdad, su demencia parecía no tener límites y pasaba todos los días arrinconada a gatas y oscuras arrullando a una muñeca de trapo que ella misma había hecho.
Timoteo, prefirió irse lejos del pueblo.
Y Matilde, murió encerrada en esa casa, arrullando, aquella muñeca, con cinta adhesiva sosteniendo la cabeza del cuello.
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